Hermanos y hermanas del mundo entero,
¡hombres y mujeres de buena voluntad!
¡Cristo ha resucitado! ¡Paz a vosotros! Se celebra hoy el gran misterio, fundamento de la fe y de la esperanza cristiana: Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha resucitado de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras. El anuncio dado por los ángeles, al alba del primer día después del sábado, a Maria la Magdalena y a las mujeres que fueron al sepulcro, lo escuchamos hoy con renovada emoción: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado!” (Lc 24,5-6).
Queridos hermanos y hermanas: a través de las llagas de Cristo resucitado podemos ver con ojos de esperanza estos males que afligen a la humanidad. En efecto, resucitando, el Señor no ha quitado el sufrimiento y el mal del mundo, pero los ha vencido en la raíz con la superabundancia de su gracia. A la prepotencia del Mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Como vía para la paz y la alegría nos ha dejado el Amor que no teme a la Muerte. “Que os améis unos a otros - dijo a los Apóstoles antes de morir – como yo os he amado” (Jn 13,34).
¡Hermanos y hermanas en la fe, que me escucháis desde todas partes de la tierra! Cristo resucitado está vivo entre nosotros, Él es la esperanza de un futuro mejor. Mientras decimos con Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, resuena en nuestro corazón la palabra dulce pero comprometedora del Señor: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará” (Jn 12,26). Y también nosotros, unidos a Él, dispuestos a dar la vida por nuestros hermanos (cf. 1 Jn 3,16, nos convertimos en apóstoles de paz, mensajeros de una alegría que no teme el dolor, la alegría de la Resurrección. Que María, Madre de Cristo resucitado, nos obtenga este don pascual. ¡Feliz Pascua a todos!
Mensaje Urbi et Orbi de S.S. Benedicto XVI por la Pascua 2007
Impresiones personales:
Nuestra pequeña parroquia, ayer a oscuras, se fue iluminando poco a poco con la cálida luz de las velas. Luz que representaba a Cristo, y la Vida y Esperanza que hizo nacer en nosotros con el sacrificio más grande. Esa luz se fue extendiendo por todo el recinto poco a poco, siendo compartida de unas manos a otras, hasta que llenó los ojos y el corazón.
No sé por qué la luz de las velas dice tantas cosas. Quizás sea por que, siendo tan pequeña y estando rodeada de tanta oscuridad, aún sigue brillando y sabemos que la oscuridad nunca tendrá la capacidad para alcanzarla. Ayer, las pequeñas velitas que éramos nosotros nos alimentamos de la luz más grande, la que ha vencido para siempre a la muerte y a la oscuridad.
Que nunca nos separemos de esa Luz que es Cristo, que nos precede tanto en el sufrimiento como en la Vida, que ha muerto como hombre siendo el Hijo de Dios para enseñarnos el camino del amor y darnos todo lo que como hombres no podemos alcanzar, y que nos pide sólo un poco de confianza para colmarnos de dones.
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